La pandemia y el tema cultural

Enrique Galdos Rivas, Composición I, Litografía iluminada. Crédito: @galdosrivas
Puede parecer un ejercicio vano y hasta frívolo reflexionar sobre el tema cultural en estos momentos, cuando tenemos miles de muertos en lo que va de la pandemia, pero es necesario que alguien lo haga.
Desde que se ha desatado esta desgracia, cuya urgencia principal es de carácter médico y sanitario, creo que no ha habido ni una sola declaración, ni comunicado, por parte del Ministerio de Cultura de Perú al respecto. El Ministerio de Educación, ha desempolvado un antiguo proyecto de educación a distancia, que ha sido acogido por medios radiales y algunos medios televisivos. Si bien este programa tiene un impacto limitado pues no se pueden reemplazar la totalidad de horas del programa escolar, da cuenta al menos de un avance.
Por otra parte, no se tiene una idea clara de cuando se retomarán las clases presenciales, pero desde ya, esta familiarización obligada con las características de la educación a distancia tendrán un legado positivo para alumnos y profesores. De todas maneras la educación del futuro se hará esencialmente por medios digitales. Los profesores del sector público y quizás con algunas limitaciones los del sector privado continuarán recibiendo sus salarios.
En el ámbito cultural sin embargo, la pandemia está teniendo consecuencias catastróficas. No había un plan B en este sector, y la recuperación, si la hay, tomará algún tiempo pero en algunos sectores del ámbito cultural no veo perspectivas de recuperación, ni siquiera en el mediano plazo.
Me he comunicado por teléfono y correo electrónico con muchos amigos cuya profesión u oficio es el quehacer cultural. Algunos de ellos son músicos, otros se dedican a la pintura y actividad teatral. A excepción de quienes son músicos y gozan de un puesto consolidado en algo como la Sinfónica Nacional o ejercen un cargo de profesores de música en un colegio privado y que por el momento pueden tener un ingreso regular, la situación para los demás en los meses a venir puede ser muy delicada por decir lo menos.
Paradójicamente estas desgracias colectivas al igual que los tiempos de guerra o las crisis económicas, a veces exacerban la creatividad. La suma de tensiones que se vive en lo individual y en lo colectivo, hacen que se vea en el arte algo así como un espacio liberador de las desgracias cotidianas, un espacio indemne en el cual nos sentimos protegidos de la enfermedad, el sufrimiento y la muerte. Estas épocas difíciles significan en la vida real de una sociedad una interrupción inesperada y hasta violenta de la actividad cultural, pero no necesariamente una interrupción de la creación artística.
Lo peor es que estos últimos años en Perú se estaba forjando una actividad artística más o menos orgánica. Las llamadas industrias culturales estaban floreciendo y la mejor prueba de ello fue la inauguración a mediados de enero de la Sala de Exposiciones de la Beneficencia de Lima. La exposición fue consagrada al pintor José Tola como primera actividad del recién creado Centro Cultural de dicha institución. Un nutrido programa de actividades estaba previsto para este año y se estaba armando un ambicioso plan para el 2021, en ocasión del Bicentenario. Esta pandemia modificará las agendas pero la convicción es clara: crear un nuevo polo cultural en el centro de Lima, con propuestas novedosas.
Los últimos años, muchos artistas plásticos y no solo los más visibles o renombrados, comenzaban a tener ingresos regulares. Los músicos también, aún aquellos que tienen los ingresos que se denominan “intermitentes” . No pueden tener ingresos estables, pero sí por lo menos chambas aquí y allá. En otro sector, habiéndose abaratado los costos de edición, aquellos que tienen algún talento para la escritura han podido ver sus obras publicadas y así generarse algún ingreso. Las exitosas ferias del libro, no solo las dos anuales que hay en Lima, sino las múltiples que se hacen en provincias ya nos han comenzado a dar cifras de alivio y hasta de entusiasmo: la gente lee más en Perú. Algunos suelen decir que eso no es cierto, que lo que hay son pocas personas, que son las mismas y que leen más libros. Eso es cierto solo en parte. Conozco personas que leen un libro cada tres días, lo cual hace unos cien libros al año y eso es muy diferente a que 100 personas lean un libro al año. Uno va a una reunión hoy en día y la gente tiene temas de conversación que van más allá de lo que se solía esperar.
Lo positivo es no solo que la gente lee más, sino que los jóvenes están comprando más libros y leen más. Ese fue el balance de la última feria internacional del libro de Lima. Quizás muchos jóvenes, hastiados del penoso nivel de la televisión abierta que ya no puede caer mas en bajeza y frente al hartazgo también de opinólogos de todo pelaje que se pasean de un canal a otro profiriendo banalidades, han decidido educarse o reeducarse. Vivimos en un mundo en el cual se puede tener acceso a todo tipo de información, pero también de fake news y de gato por liebre. Para alguien como en mi caso que tiene que lidiar con jóvenes en la enseñanza universitaria, es reconfortante ver como éstos no leen solo libros de autoayuda, o alguna obrita de la cual todos hablan, sino obras que les brindan herramientas para adentrarse en el maravilloso mundo del conocimiento. Siempre en mi primera clase suelo decirle a los jóvenes, que Sócrates, Platón o Aristóteles hubiesen renunciado a años de sus vidas a cambio de vivir en nuestra época, en la cual la ciencia y sobre todo la tecnología nos está llevando a límites insospechados.
Todo ese mundo que se estaba consolidando se ha interrumpido de un día a otro. Ha entrado a un compás de espera, mezclado de incertidumbre.
La variedad y la calidad de la producción cultural en Perú estos últimos años es inmensa y lo mas meritorio es que se haya producido al margen de un apoyo permanente y significativo del estado. Cuando comparamos la parte del presupuesto nacional para la actividad cultural con los países vecinos nos morimos de vergüenza y a veces de rabia. Cuando conversamos con algún colombiano y nos enteramos que Cali o Medellín, que son ciudades varias veces menos pobladas que Lima tienen más del doble de presupuesto para la actividad cultural, no sabemos donde escondernos. Sin embargo estos últimos años, ya se nota que gracias al esfuerzo privado se ha avanzado mucho en el tema cultural.
El coronavirus y el justificado confinamiento que se generó podría echar abajo todo, lo poco o mucho que se había avanzado en lo cultural. Los teatros, las galerías de arte y los conciertos de todo tipo están por el momento clausurados.
El distanciamiento social tiene para rato y por lo mismo las actividades grupales ligadas al arte, teatro y la música sobre todo, van a tener serias dificultades para recuperarse y hasta para sobrevivir. Lo problemático además, es que la informalidad en el campo de la actividad artística es algo casi generalizado. Muchos artistas no tienen seguro médico y ni que hablar de una perspectiva de tener una pensión al final de sus vidas. En países como el Perú, los profesionales de las diferentes artes son percibidos muchas veces con una mezcla de desconfianza y curiosidad. El artista, ya sea creador o performer (ejecutante) es un ser sui generis dentro del tejido social. A veces por su temperamento narcisista, ensimismado o marginal, o incluso su extravagancia, los artistas mismos contribuyen a consolidar esta percepción.
En todos los casos los artistas son buenos termómetros para captar el pulso de lo que acontece en una sociedad. El artista como individuo puede ser a veces transgresor, pero el arte casi siempre encarna valores positivos, une y no divide.
Perú es un país que suele ser muy ingrato con los artistas en vida. Solo nos acordamos de ellos para darles un reconocimiento póstumo. Estos últimos años, hemos visto como los grandes cantantes populares peruanos han sido velados y enterrados con todos los honores y la gente acongojada los ha acompañado hasta su última morada.
Un acto de justicia y reconocimiento que no debe pasar por falsa generosidad por parte del Estado peruano, sería que el alivio económico sea extensivo para los que ejercen una labor artística, y que se proyecte que los artistas tengan derecho a un seguro para cualquier tratamiento médico. El arte en cualquier sociedad, es el aspecto más importante de su avance cualitativo. La deuda que tiene una sociedad para con sus artistas será siempre impagable.
En estos tiempos de pandemia, el tema cultural no puede dejarse de lado, como un componente también de la recuperación económica que todos anhelamos. Cuando pienso en esto, las palabras de Antonin Artaud resuenan con una verdad contundente: “Nunca como cuando la vida misma parece acabarse, hablamos una y otra vez, sobre lo que significa la civilización y la cultura”.
Jorge Smith es Psicólogo, graduado en la Universidad de París. Ha trabajado en el Instituto Libertad y Democracia. Consultor del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Ha sido Director del Centro Cultural de la Universidad Peruana de Arte Orval y actualmente es Director del Centro de Gestión y Promoción de la Investigación Académica de la Universidad Peruana Simón Bolívar.